jueves, agosto 13, 2009

Campo de estrellas

Eran las doce de la noche, la noche de las estrellas fugaces. Y había que bajar hasta Leorza, o al camino del Molino, donde no hay farolas y Marte y Venus brillan como gigantes a miles de años luz... No hay luna, eso es bueno, susurraba mi padre. Quizás, si hablábamos demasiado fuerte, el baile se detendría.
(Las estrellas juegan a guiñarnos el ojo para despistarnos. Y hay que llevar una chaqueta gorda, que hace frío. Y luego, al llegar a casa, nos espera el mousse de chocolate que hizo Maite Arana...)
Uno a uno, mis padres y mis tíos iban diciendo: "¡he visto una explosión!" No algo pequeño, no: un verdadero castillo de fuegos naturales. Yo era la única que no veía nada: tendré que ir a musitar mi deseo a la vela que arde a Tu lado, siempre.

7 comentarios:

Jesús Beades dijo...

¡Proemón! ¡Finalón!

Juan Pablo L. Torrillas dijo...

¡Qué lástima haberme perdido esa noche de estrellas fugaces!

Máximo Silencio dijo...

¡que belleza...! Y aquí también se desprende magia como en tu libro, que me encanto por cierto...

Enrique Monasterio dijo...

Rocío, te he robado el poema que hiciste a tu abuelo y lo he colocado en mi blog.
Te imagino de vacaciones por el Norte. No dejes de escribir. Yo sigo a la espera de un nuevo libro tuyo

Isabel Colette dijo...

Precioso... tal vez me dan más ganas de ver esa vela que diezmil estrellas fugaces...

Alejandro Martín dijo...

Precioso, Rocío.

el coco dijo...

Me encantan las estrellas y me encanta esta entrada, pero, por favor, ¡sigue!