martes, noviembre 17, 2009

¿Qué estás leyendo últimamente?

Es la típica pregunta que suele hacerte Fidel Villegas, y a mí me parece un buen modo de empezar a conocer a una persona o, si ya se la conoce, saber por qué temperatura interior anda. Recuerdo a un personaje de Serafín y Joaquín Álvarez Quintero que decía aquello tan chispeante de que él se medía la temperatura con el barómetro: nublado, soleado, tormenta...

Me pregunto en qué convulso frente estaré perdida yo, tan ansiosa por leer de nuevo lo que otros llaman visión edulcorada de Andalucía... Tengo por disculpa que mis bisabuelos sentían esta misma pasión que a mi me envuelve, y ahora que pienso en las inmensas ganas que tengo de releer La divina inventora, Ventolera o Los restos, la imagen caballerosa del abuelo Félix, con su traje impecable y su afición por la historia, viene a redimir esta ligereza mía. ¡Ay, esas deliciosas comedias que no tengo en casa y que fui devorando, una por una, de tres a cuatro y media de la tarde en la biblioteca blanca de la Universidad de Navarra, los días en que me quedaba a comer...! A engullir, diría yo, capítulos de mi tesis y obritas de los Álvarez Quintero en los tiempos muertos.
Sin casi proponérmelo, y desechado ya todo pudor, he descubierto el primer regalo que voy a pedir a los Reyes en estas navidades. Ellos lo pueden todo, así que podrán desempolvar de alguna librería de viejo el tomo IV de esa colección prodigiosa.


Este fin de semana rescaté del estudio de mi madre el Diario de Adán y Eva, de Mark Twain. Lo había comprado yo en Castroviejo la pasada navidad, y con no sé qué pretextos ha aparecido en un estante de la otra punta de mi casa. Recuerdo que cuando era pequeña no podía sufrir tanta historia de negros remando por el río, y odiaba con toda mi alma a Huckleberry Finn. Si me compré este librito fue porque la edición me pareció preciosa: es de la colección El club Diógenes, de Valdemar, con el famoso cuadro de Lucas Cranach en la portada.




(En realidad este no es el cuadro que aparece en la portada de mi libro, pero es uno de los cuadros más bonitos de Cranach, ¡mirad qué maravilla de manzano...!)

El libro me lo he leído de un tirón, en este fin de semana. Es breve y muy irónico, pero con esa ironía que yo conocí por vez primera en Miguel d´Ors, que no hace daño sino todo lo contrario: crea un ambiente agradable en torno a la lectura. No es nada correcto según los cánones de nuestra política actual: en el discurso de Adán queda intacta la extrañeza, la gran diferencia que existe entre nosotras y ellos, los tópicos rigurosamente verdaderos que circulan desde siempre sobre las mujeres. Es clarividente la forma en que relata la primera consecuencia de la Caída, la pérdida de la inocencia: en ella, primero y en él, después.

LLegó envuelta en ramas y ramilletes de hojas, y cuando le pregunté qué significaba tamaña tontería y se las quité y las tiré al suelo le dio la risa y se ruborizó [...] Dijo que pronto sabría por mí mismo lo que era. Estaba en lo cierto. Hambriento como estaba dejé la manzana a medio comer [...] y me atavié con las ramas y los ramilletes tirados y luego le hablé con cierta severidad y le ordené que fuera por más y no diera el espectáculo.

He disfrutado a mares en la tarde de domingo, incluso añoré un poco de lluvia para acompañar mi lectura tras la ventana. El Adán de Mark Twain es tan comodón, incoherente y huraño que tiene todo el encanto de un hombre. Y está muy bien trazada Eva cuando, al final de la obra, se pregunta repetidamente por qué lo ama con tanta pasión... y al final sólo quedan dos virtudes absolutas: "es varón y es mío". Y eso basta.

viernes, noviembre 13, 2009

Y de repente, zas, la inspiración

EL RÍO

Era un río tu brazo, con sus venas
caudalosas fluyendo hacia mis ojos,
y un diminuto fuego tus palabras
disponiendo, certeras, mi derrota.

Y tus manos abriéndome otro mundo
fugitivo y feliz, igual que un río,
y hubo sólo un minuto
de maravilla rota para siempre.

miércoles, noviembre 04, 2009

Yo quería escribir un blogg y me salió esto

Ayer me enteré, de chiripa, de cómo funciona eso de poner un contador de visitas en el blog. O blogg. Oiga, no me los toque, ¿me dice la diferencia entre una G de más o de menos? Bueeeno, todo este lío lo comenzó Enrique, y ahí sigue. Catapúm.
Y en general yo sigo aquí gracias a él, que de repente un día me mandó, a mi dirección vieja de yahoo, un enlace de su nuevo blog. Y yo que andaba en crisis por la tesis, bordeando el veneno de la tele, fíjate que nunca fui aficionada, pues catapúm de cabeza. Han pasado tres años y medio, conocí a Carlos en un recital, viví en casa de Sonsoles un mes de septiembre, participé en La bulla durante un tiempo y luego abrí un blog de maquillaje con Benita, aunque esté tan callada qe asusta un poco. Como diría mi madre, cuánta vida en una vida.
Bueno, pues puse el contador el día dos, el de los fieles difuntos, que creo que no tengo ninguno porque todos los que se me fueron son santos, o sea del día uno, para eso se fueron pronto y no para estar esperando en la antesala (diz que montaña de siete peldaños), digo que lo puse pensando "bah, esto está más muerto que vivo", y al día siguiente, o sea tres, veo que hay 319 visitas. Oye tú, me digo, no sé si es algo o nada, pero será cuestión de no poner muchas tonterías en este sitio que lo ve tanta gente, o hay alguien con el dedo tonto dándole ru ru ruuuuú. Acto seguido, me entran unas ganas inmensas de meter una entrada gamberra, diciendo chocolinabo por ejemplo, hala, chocolinabo. Como el día que inventé lo de chupitanga: a day in the life.

*

Vale, lo de arriba no sirve, tendré que borrarlo. Me acuerdo de pronto, en esta espiral de nostalgia festiva (así quiero que sea siempre la nostalgia), de algunos blogs memorables. El de Peter, que entraba en el mío poco antes de nacer. Y el de Arp, cuando se llamaba Arp, que colgaba cosas del tipo "qué dice el folleto: la exposición habla de la eternidad vista desde el subconsciente de la lateralidad de los cuerpos celestes y el puro azar deconstruido. Qué digo yo, después de haber pagado la entrada: una santísima mierda". No son palabras textuales, sólo una recreación. Dios le bendiga.
Y también recuerdo blogs surrealistas, delirantes. Por ejemplo, en el mes de septiembre de 2007 viví en Pampaluna con Sons, ya lo he dicho, y ella, Gemmitú-Pegamoide y yo nos hicimos adictas a los vídeos del Youtube (Martes y Trece, empanadilla de Móstoles) y a un blog catastrófico, Me zampo la zambomba, que no tenía desperdicio. Ni sentido alguno. Eran días de tesis y estrés, (estrés feliz, ahora que lo recuerdo), y aquel brillante blog de Jota nos hizo reír hasta dejarnos atrancadas. Ahora sige aquí.
Cuánta vida en una vida... ¿virtual?

lunes, noviembre 02, 2009

Todo lo que digas podrá ser bloguificado en tu contra

Esto es lo que suele decir mi padre, medio en broma, cuando me veo inmersa en alguna situación insólita y siento deseos irrefrenables de inmortalizarla. Siempre pido permiso al interesado, a no ser Merl, Lord Scutum, Pablo, Cris, Beades, Cabanillas o Enrique García Máiquez, todos amigos entrañables a quienes no tengo que pedir permiso para casi nada. Les gusta pasearse por este blogg.
A mi madre y a mi padre los suelo dejar tranquilos, por no convertir lo que ya es un espacio muy personal en un estriptis puro y duro. Pero hoy no me queda otro remedio que hablar de la mesa redonda sobre Darwin en la que intervino mi padre y declarar, desde aquí, mi enorme admiración. Mi padre brilla.
A mí nunca me ha interesado la ciencia. Soy una mujer de letras que aborrece los números, que suspendió las malditas matemáticas a lo largo de toda la EGB y el bachillerato y que cuando aprobó las de tercero de BUP rompió el libro en pedacitos y bailó "sobre ecuaciones destrozadas" con la música a todo volumen. Pero me interesa la biología, porque la vida bulle en ella y el microscopio es un milagro; y me interesa mi padre.
Por eso en sólo una semana, de viernes a viernes, he asistido a dos debates puramente científicos. El primero fue el congreso sobre mente y cerebro organizado por mi padre en la facultad de Filosofía de Sevilla, donde conocí al materialista más simpático del mundo; y el segundo fue una mesa redonda sobre Darwin en Fundeca, donde el moderador había invitado a un naturalista, a un teólogo y a mi padre, como experto en filosofía de la ciencia.

Mi padre lo primero que dijo fue que no entendía tanto escándalo, tanta aseveración de que gracias a Darwin las religiones han quedado como cosa ridícula, porque Darwin explica la evolución de la vida pero no su origen, y sobre todo porque en plena Edad Media hubo santos que dijeron cosas muy parecidas y nadie se rasgó las vestiduras. Conmoción en la sala (que estaba llenísima.) Todos con una gran curiosidad por ver qué oscuro medieval vislumbró el naturalismo. Y llegó la cita, y era nada más y nada menos que de Agustín de Hipona:

El universo fue creado en un estado no totalmente completo, pero fue dotado de la capacidad de transformarse por sí mismo desde la materia informe a un orden verdaderamente maravilloso de estructuras y formas de vida. (Agustín de Hipona, citado por Martin Rees, Seis números nada más. Las fuerzas profundas que ordenan el universo, Madrid, Debate, 2001, p. 153.)

¡¡¡Toma ya!!! Y citó también a Tomás de Aquino, que dijo que basta la virtud de los cuerpos celestes para la generación de algunos animales imperfectos de la materia ya dispuesta. (Tomás de Aquino, Suma teológica, ed. de F. Barbado y otros, Madrid, BAC, 1959.)
Por fin acabó diciendo el profesor Juan Arana que uno de los problemas estaba en que los filósofos ya no saben nada de ciencia y los científicos ya no piensan con método filosófico. Hubo un tiempo en que filosofía, ciencia y teología se daban la mano y estaban en constante diálogo, rozándose, porque eran una misma cosa. Terminó su intervención alabando la humildad de Darwin, que cuando le preguntaban por cuestiones teológicas admitía no estar cualificado para hablar de ello, por no haberlo pensado el tiempo suficiente.

Fue una de las mejores tardes de viernes que he disfrutado en mi vida, y eso que no hubo ritual de belleza ni masaje de pies ni crema americana perfumando mi cabello. Supongo que hay ocasiones en que el mejor modo de relajar el cuerpo es estimular la mente.