jueves, marzo 25, 2010

Vida

Hoy he amanecido escuchando esa preciosa canción de Efecto mariposa, "Flotando voy". Esta canción, dice su autora cuando nacen los primeros acordes, habla de la vida, de esos nueve primeros meses de vida. Es una visión de lo externo, visto desde dentro.


Siempre me ha parecido una canción preciosa. Desde el comienzo tan original y mágico, que combina el latir de un corazón con una tonadilla de tiovivo infantil, hasta los primeros versos tan inciertos muchas veces, desgraciadamente:


"El tiempo pasa y todo sigue igual,
navegando en la tranquilidad.
Flotando en esta miel que tú me das (...)
Nada puede herirme alrededor,
nada hay que haga que me sienta mejor,
flotando voy."

Hace sólo setenta y dos horas celebrábamos el Día Mundial del Agua, que en Sevilla hemos celebrado con una buena noticia: tenemos garantizados tres años de maravilla líquida. Y hoy que es el Día Mundial de la Vida, ¡cómo me gustaría que lo celebráramos con la buena noticia de que en tres, treinta, tres mil años no iba a morir un sólo niño en la guerra, un sólo anciano en el hospital, un sólo bebé en la cueva materna, donde más arropado y tranquilo debería estar!

lunes, marzo 15, 2010

Botox

Las tías estamos como cabras.
Resulta que se casa una amiga mía del alma, y se casa en pampaluna. Y se casa con un chico que debe ser un santo y tiene, además, nueve o diez hermanos solteros. Mi amiga, ni corta ni perezosa, se ha puesto ya (despacito y buena letra) a hacer el cálculo de probabilidades y el horóscopo para saber con cuál de sus cuñados voy a tener yo una historia de ensueño, porque eso es así, nosotras que somos amigas del alma tenemos que devenir en hermanas de hecho y de derecho canónico, y esto va a salir y si no sale mecagüentodolofucsiaconrayasrojas.
Ya me imagino comprando un vestido ideaaaaaal: miraré primero en Adolfo Domínguez para educar el gusto, y después, directa a H&M. Me veo, cómo no, planeando maratón madrileña con recorrido fijo, Nars Goya-Mac Fencarral, con la excusa del "y yo con estos pelos", qué menos que comprar un colorete bronce rosado que haga juego con el brocado de oro rosa del trajecito en cuestión. Luego sobrevienen las dudas existenciales, no será todo supercursi, este vestido ¿no parece un colgajo de tocador de alcoba? ¿Tendría que haber tirado la casa por la ventana? ¿Adolfo Domínguez será siempre Adolfdo Domínguez, mientras que "esto"...? Pfffffxxxxtttt.
Por no hablar del tema joyas, años para procesar que lo que se lleva entre la gente joven es la austeridad y la bisutería, y de repente cambian los arquetipos, lo oscuro se vuelve claro y el barroco triunfa. Para eso lo mejor es tener una pulsera fija, decidir que el broche de tu abuela es necesario, y llueva lo que llueva la moda todos saben que al menos con pulsera y broche vas a aparecer. No hay dolor.
Mi amiga cree que las lágrimas de San Lorenzo van a servirnos de poción mágica. Y me ha pedido que haga voto de no enamorarme de aquí a la boda, que es en agosto. Claro que sí, mujer: tengo la agenda repleta de amoríos pero me los voy a saltar todos por respeto a lo que me depare la Divina Providencia. Con esta vida de profesoressa que llevo tengo difícil lo de ligar, pero si tú quieres que haga botox de no enamorarme, los hago. Pongo por testigos a todos los lectores de mi blog: leyendo espero a mi fantasma azul.

jueves, marzo 11, 2010

Islas

Javier Sánchez me hace llegar el número uno de la revista que ha creado, "Isla de Siltolá, revista de poesía", con un consejo editorial envidiable: nada menos que Abel Feu, José Mateos, Luis Alberto de Cuenca y Julio Martínez Mesanza. Lo abro a la mitad, donde las hojas me lleven, como abro los libros que me gustan. Y lo primero que ven mis ojos es un poema de Jose Julio Cabanillas mágico y misterioso, de embrujo.

EL SOL DEL UNICORNIO

Este sol de diciembre,
de plata, casi a oscuras como el ojo
de un único unicornio que aún queda en el planeta

y busca su refugio mientras vive ¿hasta cuándo?
Y cuándo la Doncella que le aplacó la sed,
cuándo el árbol hermoso,
cuándo la rama verde en que vibró la luz.
Este sol de diciembre que mira un unicornio,
este sol de diciembre que miro mientras viene

Ella, hermosa, a llevarme.

II

Sentí pasos del viento que venía
de lejos y muy lejos me llevaba.
Muerte, pues has entrado, ¿ya es la hora?
Y su voz sonó a plata cuando oí:
- La Muerte no; soy el Amor que aguardas.

Luego comienzo por la primera página, y encuentro dos poemas nuevecitos de Miguel d´Ors, ¡qué maravilla! Uno de ellos, llamado 1938, habla de su padre, supongo, en plena guerra y en el frente de los que Rafael Alberti llama enemigos. Se lo leo a mis padres por la mañana, en el desayuno, en medio de un racimo de plátanos y una tostada de jamón dulce. Y entonces me cuenta mi padre una anécdota gloriosa: relata Laín Entralgo en sus memorias que, al filo de la contienda española, se encontró con Eugenio d´Ors y con su hijo. El que años después llegaría a ser Don Álvaro contaba con unos veinte años y se iba a la guerra, pero antes su padre quería nada menos que armarle caballero. Y lo tuvo toda una noche en la catedral de Pamplona velando armas, y a la mañana siguiento lo armó caballero y lo mandó al frente.
Por toda la cocina suenan los chisporroteos de mis carcajadas. Me bailan los ojos. ¡¡¡Eso es una familia verdaderamente genial!!!

p.s.: He estado hablando con Miguel d´Ors y me ha dicho que el qe veló armas era su abuelo, Eugenio d´Ors. No sé cómo rehacer la entrada para no faltar a la verdad, así que lo añado aquói como posdata.

lunes, marzo 08, 2010

La Crónica

"Yo he venido a hablar de mi libro, no del libro de este petimetre, y llevamos un montón de líneas y todavía no se ha hablado de mi libro."
- Francisco Umbral, escritor y hablador de su libro.
Me siento un poco como Paco Umbral hablando de mi libro, pero a petición de Carmen, Arp y Espinelete voy a ofrecer una pequeña reseña de la presentación. ¿Qué puedo decir? La sala estaba llena de buenos amigos y de amables desconocidos (Juan Antonio González Romano ha hecho una buena crónica social.) Estaba casi todo Númenor en la primera fila, junto a Toi y Ramón Simón que disparaban flashes magistrales (las fotografías que acompañan esta entrada salieron de las manos de Ramón.) Añoré muchísimo a Carmelo Guillén Acosta, que estaba en Madrid leyendo sus poemas a un maravillado público, y a Enrique Gracía Máiquez, que temblaba en El Puerto ante la misteriosa luz de una ecografía. La ausencia de Fidel Villegas fue por mi culpa: hubo un malentendido.



Jose Julio Cabanillas dijo cosas increíbles, citó un poema de Gastón Baquero, habló de la inocencia, de lo que debe ser un poeta. Hablaba de mí con voz pausada y con largos silencios, y yo le miraba de reojo (en la foto se puede ver) pensando ¿ésa soy yo? Y luego recité.

Terminamos bebiendo champán en la azotea, en medio de una marea azul de libros por firmar. Se terminaron. Y nos fuimos a El Aguador, en la calle Alvareda, a beber fanta de naranja y a comer roscas campesinas. Luz de fiesta, ráfagas de voces encendidas. Abrigos y felicitaciones. Despedidas. Gotas de lluvia sobre el pelo. Me llevaron a casa. No quería que se terminara la noche y, sin embargo, omnia mea mecum porto. Tenía razón Pablo Moreno, en su ya famoso poema: nunca estaremos solos.

lunes, marzo 01, 2010

Volviendo

En Madrid había nubes. Y museos. Y nubes dentro de los museos: nubes borradas, diluidas, impresionistas. Y también iglesias neogóticas, blancas como merengues y altas como muchachas. Con una caja dorada llena de luz donde el silencio es la gran revolución.
Y cerca, había un despacho de abogados con un cuarto para fumar con Teresa. En ese gesto raro de las mujeres, que vuelan desde Zara a Chile y a Haití, mi amiga me decía que su padre fue un señor. "El alzheimer no le borró la sonrisa. Quería tanto a mi madre que nunca la olvidó del todo."

En Madrid había calles repletas de tiendas encendidas. Había mascarillas de avena para la cara, que olían a desayuno irlandés. Había amigas que querían comprar bailarinas en Esfera. Había tiendas que se llamaban Azul de Mar, y en ella neceseres de algodón forrado con tonos tropicales, turquesa, chocolate y fucsia, que costaban cinco euros con cincuenta. Y bolsas ideales con dibujos naif de la torre Eiffel. Había barras de labios color fresa y color miel en Nars, y había también una tarde llena de diálogos efervescentes con la poeta Amalia Bautista.

Había, por último, tardes de lluvia para leer en casa, y había un manuscrito de una de mis amigas de Pampaluna, y el libro de Goethe que tenía que estudiar, brutalmente delicado. Había un coche que me traía de vuelta. Había que dormir y recordar mañana.