viernes, agosto 27, 2010

Claroscuro

Hoy es un día raro, especial. Sonámbulo. Mañana regreso al Sur, ayer murió una amiga mía. Una mujer explosiva, vitamínica, un volcán de alegría en erupción. Una mujer feliz: con cáncer y feliz. Tras derramar alguna lágrima, me la imaginé llegando al Cielo. Y pensé que entrar en el Paraíso debe ser como cuando yo, en los largos veranos de mi infancia, llegaba al Norte después de un viaje agotador. Y era agradable y extraño también, porque había dejado atrás mi casa y aterrizaba de pronto en una casa que también era mía. Y había luz dorada y una multitud de caras alegres, abrazándome.

Esta mañana compré el periódico, y saltó la sorpresa, (como una liebre). En el diario La Rioja sale un artículo precioso sobre Mirar el fuego, firmado por Diego Marín A. Mi abuela casi se ahoga de la emoción. Pero lo más importante es que emergen, uno a uno, los recuerdos: de cuando era niña, de los terrores nocturnos que sufría, de cómo milagrosamente fue encauzándose todo. Y de tanto recordar, sale un poema, el primero que escribo en nueve meses, concretamente desde éste.

EL SUSTO


El susto era un dragón de fuego rojo
que venía a comerme. Son terrores
nocturnos, salmodiaban
los médicos: bajadas de glucosa.
Era el terror primero, sordo y mudo:
los muebles se torcían contra mí,
la pared era un potro de tortura
y la luz un ciempiés interminable.

Y yo, con las pupilas dilatadas,
giraba en espiral. Era la guerra
de relámpagos secos. Para mí
era el dragón nocturno, y los demás
no traspasaban nunca mi planeta.

Ahora todo es luz entre las sombras,
he guardado el dragón bajo la cama
y dormir es mi sueño favorito.

martes, agosto 24, 2010

Morriña, murria, saudade

Comprar en el último tercio de agosto una revista de moda y belleza podría ser considerado una actividad de alto riesgo: desencadena en las neuronas de la sufrida lectora una depresión post vacacional anticipada. Las páginas del Telva se tiñen con los colores del otoño, la caída de la hoja, la vuelta al cole. Es cierto lo que dicen los poetas: vivir es irse despidiendo lentamente. Y a cuatro escasos días de mi regreso al sur, yo me despido.
Maestu ya forma parte de mi nostalgia: nos fuimos en una mañana soleada y mi despedida fue un último disparo. Eva retratando la puerta del Paraíso que dejaba atrás:




Más fotos del Locus amoenus que puebla los veranos de mi infancia: nuestro pequeño y frondoso campo a la hora del mediodía, cuando llegamos cargados de niños, bolsas, carretilla, mantel de cuadros y tortilla campesina:








La cascada fría, banda sonora de nuestras tardes:








El juego de luz y sombras a la hora de la siesta:







Ya no estoy allí. Pero en esta semana última disfruto de Haro, de la fila de alegres plátanos que se goza desde nuestro balcón, del tropel de primos y tíos que van entrando, saliendo, pernoctando a racimos en la casa, de las misas vespertinas en La Vega:






Esta basílica es especial: yo, que soy de Sevilla, quisiera casarme en ella. Se respira dentro una paz oscura y luminosa, una mezcla de penumbra litúrgica que nace del altar yviento azul que se cuela por el portón de madera...

Y por la noche, salimos a gastar las indulgencias recibidas. La Herradura es la mejor zona de pinchos de toda la Rioja. Y en el pub Nelson, en la plaza, puedes beber un cóctel japonesa a rtitmo de mariachis si tienes suerte. Y luego te regalan el agitador, en forma de dama desnuda.










viernes, agosto 06, 2010

En Logroño

Era tarde ya cuando decidimos visitar el museo Wurth. De La Glorieta sale un autobús gratuito para Agoncillo, a las seis de la tarde. Yo no conocía este gran local blanco, tan moderno por dentro y tan encantador por fuera, con un lago y mazos de espliego y flores moradas y un grupo de estatuas de bronce firmadas por Felo, el genial escultor canario afincado en la Rioja y amigo de mi tío Javier. Fuimos a visitar una exposición donde se ofrecen sus obras más míticas, más bellas. Pasamos primero por otra exposición de arte contemporáneo, que reúne sobre todo nombres alemanes desconocidos para nosotras, aunque también había un Picasso y un Barceló. Lo que más me atrajo y horrorizó al mismo tiempo fue este montaje:




Eran tres huevos de algo parecido al alabastro, asentados sobre el suelo en un rincón oscuro. Sobre ellos se proyectaba un haz de luz que conseguía plasmar rostros cambiantes y mortíferos, mientras los tres huevos macabros lanzaban al aire palabras terribles como "dolor", "tristeza", "muerte" o "fábrica". No recuerdo quién era el autor del invento. Allí permanecimos fascinadas, musitando "horrible, horrible", pero sin poder despegar nuestros ojos de la fantástica visión.
Las esculturas de Félix Reyes, en cambio, irradian serenidad.




Me entusiasmó ver a Pancho potaje, el cura de su niñez, que yo conocí en su taller como quien dice recién salido del horno:





Y pude ver por fin su famoso homenaje a las víctimas del 11 M, "solidaridad".





A la mañana siguiente, antes de regresar a la paz del campo, pude disfrutar de unos minutos en Castroviejo, esa librería donde puedo perderme y encontrarme en las páginas de cualquier libro, aunque sea el mío...


Y ver el mundo de dentro afuera: los libros, la ventana, las piedras, la calle bañada por la luz... y sumegirme de nuevo en la penumbra.






A las dos del mediodía aterricé en la calle Laurel: Juan y Pinchamé estaban esperándome.





Y, bajo sus vigas de taberna antigua, la mejor brocheta del mundo: langostinos con piña caramelizada.






P.S.: Pido disculpas por las erratas ortográficas que contenía este post. Han sido ya corregidas.