miércoles, mayo 25, 2011

Carta a los Reyes Magos



Al leer un poema precioso de Luis Alberto de Cuenca titulado así, Carta a los Reyes magos (en El reino blanco), he recordado una carta surrealista que escribí en estas navidades y no llegué a publicar. Es ésta:

Queridos Gaspar, baltasar y Melochor:


Este año he sido buena y he aprendido a poner la lavadora sin que se me caiga la tapa sobre la cabeza al recoger la ropa, con la consiguiente melopea lírica que se me viene encima cada vez que acontece tal desastre.

También he aprendido a planchar pero... que no cunda el pánico: sólo servilletas, paños de fregar y pañuelos blancos de dama. Todavía los puños de camisas masculinas se me resisten, por lo que la cohabitación y torpe concubinato con un hombre es algo que me está angélicamente vedado. Item más he dedicado menos de un segundo coma dos al día en fatigar el sexo mandamiento, y me he cortado el pelo como una chica buena: con la nuca despejada, que luego hay corriente.



Por todo eso y por varios puntos incógnitos que irán desvalándose vengo a pediros algunas cositas.



Primero quiero que me hagáis saber si gaspar es castaño o pelirrojo porque la duda me corroe. Y ya que he hablado de aquello, no me vendría nada mal despertarme un día y descubrir que me he vuelto pelirroja. No, no os estoy pidiendo un cheque regalo en cualquier peluquería, os pido un cambio sobrenatural en el color de mi pelo. Que lo solucione gaspar si es que al fin resulta que es pelirrojo, y si no, que parezca un accidente.


Quiero que de los grifos de mi casa mane agua Evian. Ni más ni menos. Tengo entendido que en lanjarón, el pueblo, el agua que beben los lugareños es agua lanjarón. Siento un enorme agravio comparativo.

También quiero un lazo rosa, una foca de peluche forrada con piel de foca, un delfín de peluche forrado con piel de delfín, y una ardilla verdadera (con piel de ardilla.) Por cierto, aseguráos que la foca y el delfín que prestaron sus pieles murieron de muerte natural.
Os dejo alpiste. Cuidado con comerlo todo, los camellos también vendrán con hambre.

Vuestra,

Adaldrida.

sábado, mayo 21, 2011

Encontrar un tesoro






Encontrar un tesoro requiere mucho tiempo, paciencia, y sobre todo amor. Y tener la mañana del sábado vacía, y llenarla de libros.

En la calle San Juan, el sol baña las piedras. Hay un farol y una vidriera antigua, que esconde un almacén de tatuajes. Y souvenirs, navajas, lencería... Y al fondo, Castroviejo. La luz renacentista, la madera con sol antiguo, enrojecido.

La música de jazz, el tiempo respirando sin reloj y la mesa con libros aguardándome.



martes, mayo 17, 2011

Corina Dávalos, el Paraíso de un poeta

Tuve la inmensa suerte de presentar el primer libro de Corina Dávalos en Madrid, el sábado 2 de abril. La emoción que siento repasando sus páginas se puede explicar tan sólo a la luz de sus impecables poemas, pero en mi caso hay mucho más: si se me permite la inmodestia, diré que yo vi cómo se hacía este libro, vi nacer a Corina como poeta. Vi cómo crecía desde aquel primer y breve poema “Tenacidad” que apareció en su blog aquel miércoles, 28 de junio del 2006:



Todo el santo día
aporreando las teclas
y el verso que no abre
ni por educación.





Y al final, sí que abrió el verso. En poco tiempo, toda una explosión de poesía invadió el PC de esta filósofa, periodista y poeta ecuatoriana, como una esperanzada ventana al mágico mundo de las sílabas contadas.

Un hombre vale lo que valen sus amores, y del mismo modo puedo decir que un poeta primerizo vale lo que valen sus maestros. En esto, como en tantos otros detalles, Corina muestra una voz que no titubea: sus referentes tienen el peso y la talla de Miguel d´Ors, Anna Ajmatova, Enrique García-Máiquez o Wislawa Szymborska. Como bien afirma Javier de Navascués, con semejantes maestros no nos sorprende la maestría de esta nueva poeta.

Los rasgos más sobresalientes de este primer libro son la transparencia, la delicadeza, el pudor, un optimismo reflexivo y cierto colorismo local que recuerda a su tierra en poemas como “Niñez”.


Recuerdo ahora mi infancia, los días
siempre llenos
de abejas y cometas de carrizo,
la luz en estampida de mañana
y el coro discordante de pájaros indianos.


El centro del libro es un solo verso: ¿Qué es la esperanza, sino memoria del Paraíso? Lo percibimos como una vuelta de tuerca al mítico “se canta lo que se pierde” machadiano. Pérdida y esperanza se dan la mano en este poemario de recuerdos hermosos y tranquilos: se evoca un pasado feliz y se sueña con un futuro que parte del presente actual y que se augura también feliz gracias a la esperanza. Toda esta ópera prima está repleta de paraíso: un milagro cotidiano que fue y que se aguarda.

El mundo “baila” ante los ojos asombrados del poeta. Un velo mágico envuelve las palabras, ya que Corina Dávalos habla del amor con pudor.


[…] Y yo prefiero en cambio aquella esquina
concreta que dibuja mi memoria,
allí donde bien lejos de los flashes
hablaba el corazón sin defenderse.

El banco con astillas de aquel parque,
el sol de un día azul de entre semana,
las hojas primerizas de septiembre
y el rostro que de pronto se sonroja,
pues sabe que no dejo de mirarle.


Versos en endecasílabo, con una musicalidad tranquila y gran fuerza interior. A veces despunta la ironía, un humor sutil que se vislumbra sobre todo en los títulos: un pota se descubre en cómo titula sus poemas, tenemos un gran ejemplo en el llamado “Geometría descriptiva”.) Este humor se deja ver también en los haikus de la autora, imágenes condensadas con maestría:

“Cuidado, muerde”.
Junto a la casa en ruinas,
dormita el perro.

Abunda la metáfora que contrapone sombra y luz, pero una vez más trascendida: en varios poemas del libro la luz nace de la sombra. De igual modo, la auténtica fuerza de la autora se expresa en estas páginas en voz baja, y la alegría de los cuadros verdes que lucen en la portada se atempera con la hondura de muchos de sus versos.



(Publicado en Esmirna. La fotografía pertenece también a ese blog. Quiero agradecer a Javier Sánchez Menéndez que me enviara el libro, a Corina que me ´regalara otro ejemplar dedicado, y a Juan Meseguer que me invitara a la tertulia de Esmirna donde tanto disfruté.)

lunes, mayo 09, 2011

Maldita poesía

En este mayo florido el polen flota por toda la ciudad, en forma de voladoras plumas blancas. Flota también una legión de narices rojas lamentándose por el terrible hecho.
Y yo tengo que esconder mi alegría: el polen me parece hermosísimo y poético. Hubo un día de la semana pasada en que fui peculiarmente feliz, el cielo estaba recién pintado de azul y las calles parecían invadidas de pompas de jabón, o de esas diminutas flores que estallan en el aire de Sevilla...
Ni lo uno ni lo otro, respondes. Es el maldito polen.
Y yo tengo que esconder mi alegría, como si de un extraño delito se tratara.

martes, mayo 03, 2011

Historia de la anodina y el hombre cañón

He tenido un sueño.
Un sueño como de película, rodado en blanco y negro.
Yo vivía en París, y quería alquilar uno de esos apartamentos ultramodernos que se ocultan tras una fachada antigua de piedra gris, portón con arco de medio punto y tejado de pizarra, en pleno barrio diplomático. Iba a visitar la casa que pretendía poseer y me la enseñaba un matrimonio, conduciéndome a lo largo de pasillos blancos, con techos entelados y cortinas inmensas. Pero yo sólo tenía ojos para mis anfitriones.
Ella me cayó mal desde el principio. Se parecía a Andie McDowell y era completamente anodina. Mi opinión, de todas maneras, era muy poco objetiva, porque me gustaba él.
Era todo lo que debe ser un hombre: elegante, alto, con manos poderosas y cierto aire intelectual. Olía a tierra húmeda. Sonreía poco y muy bien, con ráfagas de luz que iluminaban lo oscuro. Su mirada era también oscura y luminosa, de lluvia con sol deshilachado.
Me encandilaba abriendo puertas con sus manos de pianista victorioso. Sus ojos ejercían sobre mí la atracción de la piedra imán.
Terminé de ver el apartamento y bajé al zaguán por las estrechas escaleras con él acompañándome, porque debía abrir la puerta con su llave dorada. Al trasluz me giré para mirarle, con la puerta ya entreabierta, y bajando los ojos le dije que sentía hacia él la atracción de la piedra imán. Él se inclinó sobre mí sonriendo y me dio las gracias. Se alejó para subir las escaleras y yo me quedé en el ángulo de sombra, en el zaguán, esperándole. Se detuvo en el rellano, con el pelo alborotado por un rayo de luz.
Volvió hacia mí para besarme. Fue lluvia, fue viento. Sus manos caminaban por mi pelo hacia su patria última.
Nos fuimos de la mano hacia un lugar que ignoro. Sonaban los acordes de jazz de un disco antiguo, pero tras un segundo, ya despierta, supe que lo que sonaba en mi cabeza era los acordes de mi despertador.