sábado, julio 28, 2012

Todo un curso viviendo sola: lo que me gusta de tener casa propia


Los visillos blancos ondeando, bailando con ráfagas de luz. Ausencia de persianas. El orden y el caos.

El cielo escarchado de Logroño...
Disparé esta foto el día que ganamos la Eurocopa


Andar descalza por la casa, por toda la casa, sabiendo que no se ha roto ningún vaso de cristal en la cocina y que mis pies desnudos pueden tambien hollar lo que antes solía ser territorio proscrito.
Mi cama de matrimonio solitario como una extensa pradera, metro y medio de funda nórdica. Caer rendida y rodeada de revistas y poemarios, a una hora indecente. Amanecer con la luz del sol y de la radio.
Buenos días Javi Nieves. Las cien y una noches. Ruido de radio en la cocina, la lámpara encendida en la entrada y esa sensación de no vivir sola, sino con toda la plantilla de Cadena Cien, y con Dani Martín cuando canta "Son sueños", y  con Luis Fonsi que me recuerda que él no se da por vencido... Y, los fines de semana, cambiar a Radio Clásica y vivir junto a Bach.

Haber contratado a una mujer rumana para que limpie mi casa, sentirme un poco princesa para, momentos después, sentir que estoy generando un mini puesto de trabajo en esta España nuestra, y que gasté una mañana entera en las dependencias de la Seguridad Social y salí victoriosa.
Comprobar que Mercadona no es solo una sección de perfumerías. Comprobar que me gusta más Mercadona que Carrefour. Comprobar que la fruta, los tomates, el jamón york y el membrillo casero no me gusta comprarlos ni en Mercadona ni en Carrefour , sino en una diminuta frutería de la calle San Antón.

Mis amigas de la Unir fumando en el balcón. Mi primo Rodrigo y yo mirando vídeos de youtube, gigantes, en la pared del cuarto de estar. Películas y películas.
Vecinos que saludan. Simpáticos señores de ojos azules y pelo rubio. Un perro enorme que sonríe.

LLegar a casa y llamar por teléfono. Tumbarme en la cama, abrir una cocacola, sentarme en el sofá y hablar con los que están lejos. Máster en voces amigas: tonalidades, cadencias, recibos de Vodafón... el tiempo es oro.
Mi primo ladrándome al oído cámbiate a Yoigo. Compañeros del trabajo que se burlan de mí, con ademán pícaro y delicioso, porque no tengo ADSL.

Mi ordenador. La pantalla que me recibe cada noche, iluminándose. El reposo del guerrero, calmando mi cansancio a fuerza de megas.

sábado, julio 07, 2012

Celebrando San Fermín con vino y literatura

Ayer el crítico literario Diego Marín me invitó a un inolvidable acto en el Ateneo Riojano: una de las sesiones de Gaudeamus Vinitur, que organiza la Universidad de La Rioja, en la que el enólogo de Fuenmayor Gonzalo Gonzalo nos presentaba algunos vinos para catarlos, y el mismo Diego recitaba algunos pasajes de Hemingway que paladeamos con alegría.

Los textos fueron introducidos por una presentación certera de algunos libros del escritor (que, vergüenza me da decirlo, yo descubrí a partir de la grandiosa película de Allen, Midnight in Paris, porque en mi casi niñez leí El viejo y el mar y mi ignorancia se rebeló contra la novela...), y fueron felizmente intercalados por parrafadas de Gonzalo, que dejó claro que ama el vino.

Nos ofreció un rosado navarro que acababa de comprar a las puertas de la plaza de toros de Pamplona, envasado en Bag-in-box, un tinto que no recuerdo porque estaba embebida en Hemingway y un vino amargo de su propia bodega, al estilo de un marone italiano.



Librito de relatos y botella de Gran cerdo
en el rincón más poético de mi mesa de trabajo


Tan impresionada quedé con sus palabras que acabé comprándome una botella de Gran Cerdo, su vino más famoso, llamado así en honor a los banqueros que no le prestaron ni una mísera peseta porque el vino no es un bien embargable.

Con el vino me ocurre una cosa singular. Me encantaría ser una buena bebedora de vino. Amo el paisaje de viñas, me fascina el olor de las bodega, la madera ennoblecida, la humedad litúrgica. Pero tras los primeros sorbos, mi cuerpo dice no. Nunca me enborracharé con un soberbio rioja, y lo proclamo casi con nostalgia.

Por eso me sorprendí a mí misma apurando (casi) la copa de rosado, porque tenía sed y comenzaba San Fermín. Su color rojo dulce y tornasol me supo a fruta de verano y a campo llovido.