sábado, noviembre 30, 2013

La increíble historia del Niño Jesús de peluche (o diálogo surrealista a lo divino para comenzar el adviento)

Así, con dos espumillones. Porque me gustan los títulos largos. 
He escrito este episodio reciente en forma de relato pero es real. Prodigiosa realidad.

Alguien me contó que, pasada la urbanización de las Palmeras, había una tienda que vendía un Niño Jesús de peluche. No tenía más señas pero no hicieron falta: me lancé a la aventura, arrebatada por el síndrome de la víspera de Adviento. Llovía.

El viento destrozó mi paraguas inglés y dejé por el camino su esqueleto metido en una papelera. Entré en una tienda de barrio para conseguir un paraguas decente y continué la búsqueda. En primer lugar encontré una papelería que podía ser, dado que en el escaparate había calendarios de taco del Sagrado Corazón.
Entré.

- Buenas, ¿es aquí donde venden Niños Jesuses de peluche?
Estupefacción en la cara del dependiente.
- Noooo.
Llegó una señora con pinta de abuela de Heidi .
- Eso es un poco más allá, donde empieza el parque.
Cuando llegué a mi destino, vi que la tienda se llamaba "Romeo". El escaparate estaba invadido por figuras relamidas de belén tipo biscuit en malo, y por espeluznantes figuras del Corazón de Jesús. Y en medio, reinando como un oasis naíf pero limpio, estaba el Niño Jesús de peluche que tenía hasta marca y se llama Jesusito de mi vida.


Foto mía


Entré, vi a un señor de mediana edad y le espeté así, a bocajarro:

- Buenos días, he visto que tienen Jesusitosdemivida, quiero uno.
- ¿Para qué clase de niño lo quiere?, pregunta el buen  hombre.
Es una pregunta que tiene su meollo, así analizada en frío, pero es que hay varios tamaños de Jesusitos y no es lo mismo un bebé que un chaval de Primera Comunión.
Yo, por supuesto, me pongo colorada.

(Apunto que voy a pasarme al presente histórico, me siento más cómodo con él ahora que comienza el nudo de la trama.)

- Es para mí, digo con cara de perro flaco y bizco. Y, para acabar de arreglarlo, añado: - Es que como vivo sola... Es para dormir con él.
Bravo, me jaleo por lo bajinis. Creo que fue peor, creo recordar que dije "abrazada a ÉL".  De todas formas, el hombre no mueve ni una ceja y responde:
- De acuerdo, pues lo saco y te lo envuelvo.
- ...De regalo, termino yo la frase. Y pienso que efectivamente Jesús es un Regalo, pero no lo digo porque ya he dicho bastante.

Le veo hacer la factura a mano tras el cuidadoso empaquetado y me temo lo peor: no tiene datáfono. Salgo a buscar un cajero, no conozco bien la zona y me alejo. En una esquina que parece el final de la tierra veo a una viejecita y le pregunto por un banco. "Tendrás que atravesar el parque", me dice. Y una porra atravesar el parque, pienso, y vuelvo a buscar por la dirección contraria.

En algún momento encuentro un bazar que se llama, ostentosamente: "Bazar Yokomo. Chino". Yo como chino, rezo en voz alta. Y sigo mi senda, que acaba en una caja rural. Vuelvo a la tienda "Romeo y me llevo a casa al Niño Jesús y una bola de nieve con un nacimiento dentro, así como postre.

Me digo que hoy en día todos somos frikis de algo, y que yo he elegido la mejor parte. Me digo también que esta noche no dormiré sola.

domingo, noviembre 24, 2013

Películas de Adviento: Mientras dormías, de J. Turletaub... y con Bill Pullman

Las ganas de Navidad se me desatan, cada año, en algún momento de noviembre, pasado Todos los Santos, cuando una fría noche de sábado decido que no aguanto un minuto más de mi vida sin volver a ver "Mientras dormías", de John Turletaub.

Mis tías me han preguntado por qué me emociona tanto el Adviento. En el centro de Europa se vive muchísimo, aquí parece una estrategia de mercado para adelantar las compras. Es la espera de la Navidad, el aún no pero casi, el momento litúrgico en el que se leen pasajes de Isaías, mi poeta profeta favorito.

Y en el Adviento me dedico a ver películas navideñas, que son mis preferidas después de los clásicos (El hombre tranquilo, Historias de Philadelfia, Vacaciones en Roma, qué bello es vivir..., bueno, ésta última comparte ambas categorías), y después de las pelis basadas en literatura de primera (Mucho ruido y pocas nueces, Enrique V, Sentido y sensibilidad, Emma...)
Tras estos dos grandes bloques, el navideño es mi favorito y por eso comienzo sesión en este blog con reseñas algo sui generis, porque consistirán en pinceladas impresionistas centradas en algún elemento adorable de la peli en cuestión.

Recuerdo perfectamente el momento en el que vi el tráiler de Mientras dormías, en el cine con mis padres. Ya esos pocos fotogramas me emocionaron. Para evitar el siempre desagradable spoiler, simplemente os recomiendo verla, os digo que es una historia romántica en la que una pobre chica solitaria descubre la felicidad de tener una familia aunque solo sea por una semana... y me centro en lo que me interesa: Bill Pullman.




Me gusta Bill Pullman, me gusta Jack. A veces no te enamoras de un actor sino de la unión perfecta que logra con su personaje  en la película: Jeremy Northam/Mr Knightley en Emma, o Kenneth Brannagh/Benedicto en Mucho y ruido y pocas nueces.

Bill Pullman: no es muy conocido y ruedan por esta cruel esfera fotos no muy favorecedoras suyas, pero en la época en que rodó Mientras dormías poseía esa magia de fundirse con el personaje, y los dos rasgos físicos que más me encandilan en un hombre, porque no son solo físicos sino que la personalidad asoma en ellos.

Bill Pullman posee una sonrisa cálida, que ilumina y acoge. Y una mirada que acaricia. Bill Pullman y Jack, en esta película, son casa con chimenea encendida. Por eso Sandra Bulloc/Lucy se enamora, porque mirar a alguien y pensar: aunque sea algo imposible tú eres mi verdadera casa... no sucede todos los días.

sábado, noviembre 16, 2013

Ask me why de Beatles: la felicidad desgarrada

Me doy cuenta de que Los Beatles han estado presentes en toda mi poesía: abren Pampaluna, con aquel verso del primer poema.

La paradoja "tristemente felices" referida a las canciones de mi grupo favorito no es mía, creo que la leí en un artículo donde entrevistaban a María Kodama, y ella contaba cómo había dado a escuchar una canción de los chicos de Liverpool al gran Borges, y cómoél  comentó que producían una especie de felicidad triste.
O una tristeza feliz, pienso yo, recordando poemas de D´Ors o de Eloy Sánchez Rosillo que cualquiera definiría como nostálgicos y a mí me llenan de alegría. Como ver los autobuses en las calles de Pampaluna.

El caso es que´últimamente, en cualquier esquina de la calle o de mi oficina me asalta en la mente esta canción:



Yo no canto nada bien de labios para fuera, pero en mi cabeza suena perfecta, rodeada de una nostalgia por mi adolescencia sumida en acción de gracias por lo que ahora vivo.
Es mi tema favorito de los Beatles. Cuando tenía dieciséis años mi tío Morgan  me lo grabó en una TDK junto a otras canciones que también me fascinan (Girl, Yes it is, I should have known better...) Voy a cumplir 36, por lo que llevo veinte años sintiéndome cautivada por Ask me why, cautivada por la alegría, (en clave lewisiana).  Y son los acordes desgarrados y felices que me han inspirado uno de mis últimos poemas:


LA MISMA CANCIÓN

Del office en el ángulo oscurísimo
refulge la penumbra con su música
de microondas mítico,  nevera
y final de pasillo con recodo…

Es la Felicidad
que se viste de lunes y me silba
una canción antigua de los Beatles
que nadie más escucha

                                          todavía.


Sí, tengo ya un esqueleto de mi próximo poemario. Probablemente se titulará Para no nombrarte, título que debo, a medias, a Beades y a Enrique García-Máiquez. 
No voy a publicar ninguna otra pieza de mi futuro libro aquí, pero me apetecía reflexionar sobre Beatles y poesía... y de paso anunciaros que estoy de nuevo en medio de ese proceso feliz de creación y emoción.

lunes, noviembre 11, 2013

Un comienzo de novela... ¿o un relato corto?


LA VIDA DISOLUTA

 En casa siempre hemos sido muchos: sobre todo siempre hubo muchas mujeres. Está mi abuela, está mi madre y están mis hermanas: la mayor, Elvira, y las gemelas, Paula y Claudia. Me llevo bien con todas ellas, me llevo muy bien. No sé por qué con el resto de las mujeres del planeta Tierra tiene que ser todo tan difícil.
El amor no debería ser difícil, sino algo sencillo, algo como cocinar. A mí me encanta cocinar y comer, y ambas cosas las hago de primera.  Bueno, sé que hay personas que piensan que preparo cosas demasiado contundentes, que impongo el consumo de patatas francesas en las noches de viernes y sábado, que abuso de la mantequilla.  Y todo es verdad, solo que para mí eso no es ningún defecto sino una esforzada  virtud. El día que hago patatas en casa todos se chupan los dedos: luego nos machacamos el doble en el gimnasio y sanseacabó.

-  Ése es el problema, cariño- suele decir mi madre: - no nos escuchas.

Pero yo sí sé escuchar, sobre todo a las mujeres. Escuchar a las mujeres es un arte que domino, es como oír la lluvia: no habría podido sobrevivir de otra manera. Mi plato favorito es una sopa francesa que hacía mi primera novia, y pude aprenderme la receta antes de que rompiéramos. No es una sopa ligera sino todo lo contrario, porque se necesita mucha nata para espesar el caldo. El caldo se hace con un trozo mediano de hueso, una chalota y tres tomates frescos y maduros. El hueso debe tener un poco de carne pegado, sino se vuelve muy aburrido. Se pone todo a cocer en dos litros de agua mineral, tiene que ser agua de buena calidad. Añado un buen puñado de sal y una cucharada sopera de azúcar moreno para contrarrestar la acidez de los tomates.
Tiene que cocinarse todo a fuego muy suave, durante una hora o más. Por eso es plato de fin de semana, pero os juro que merece la pena. Luego retiramos el hueso y las pieles de los tomates, y si estás a régimen eterno como mis hermanas puedes colar el caldo, ponerle tropezones y listo, pero toda la gracia está en poner el caldo colado en  el vaso de la batidora, con la pulpa de los tomates y algo así como medio litro de nata. Luego de triturarlo todo durante un buen rato, se le añade una taza de vino blanco y se le da un último hervor hasta que el alcohol se evapore. Queda una sopa cremosa como para matar a los ángeles de puro gusto. Pero este último paso mis hermanas no lo entienden: tendrían que haber conocido a Cherie.
Mi primera novia se llamaba Cherie, era parisina. La conocí en un Erasmus cuando yo tenía solo veinte años. Me volví loco. Vivíamos en una buhardilla mientras mi pobre madre seguía mandándome dinero para la residencia de los curas en el Sacre Coeur: comprendo que hice mal, pero es que me entró una especie de calentura que no me dejaba pensar. Nico dice que si me fue tan mal con ella luego es por eso, porque anduvimos a salto de mata, pero Nico es un santurrón.  Se casó con su primera novia, por eso no entiende a las mujeres. Solo conoce bien a una.
Cherie cocinaba cosas increíbles. Durante los seis primeros meses de mi año en París engordé ocho kilos, y durante los seis últimos adelgacé quince, entre el gimnasio y el desamor.  Volví a España hecho un figurín, y fue a recogerme al aeropuerto Cecilia, la mejor amiga de mi hermana Paula.
En todo ese año de ausencia mía, había crecido y se había puesto deliciosa. Tenía trenzas pelirrojas y pecas en la nariz, las justas. El resto de su piel era transparente y limpio, sonrojado en las mejillas. Me consta que durante toda su adolescencia suspiraba por mí, mientras yo compraba revistas sugerentes y soñaba con volar al extranjero.
 La besé cuando me dejó en el portal de mi casa y aún no sé por qué lo hice; empezamos a salir juntos porque se empeñó ella. Yo ya le dije que había estado acostándome con una francesa en París, pero no me creyó.

- Eres un fantasma, Xavier-, solía exclamar, mientras me daba besos muy rápidos en el cuello, como pequeños sorbos o anticipos de algo que nunca llagaba.
Cecilia ha estado presente en mi vida durante todos estos años: he tenido mil novias, he ido y venido y ella siempre aparece, impertérrita, en el vértice de una aventura que se acaba: me sonríe enigmática y parece que me arropa como a un niño:

-  ¿Ves cómo esto no puede ser? Así no puedes seguir, confiésalo: solo yo sé cuidarte.

Yo no quiero que me cuide nadie: tengo veintisiete años y vivo con cinco mujeres, tengo ya bastante. Además, Cecilia no sabe cocinar y es vegetariana.  Y va a misa los domingos. Y ronca levemente cuando se echa la siesta junto a mí, en el sofá de la casa de mi madre. Aún así, mamá y la abuela siguen en sus trece, coreando bobadas del tipo “qué monería de chica, es la única que puede contigo”.
Yo sonrío, queriendo poner una pose despectiva que a veces no me sale bien. Me aterra que puedan llegar a pensar, ni siquiera por un segundo, que Cecilia es la única real, que todas mis aventuras son nada. Nadie lo sabe.
Y todo debe continuar igual que antes, porque si se enteran estoy perdido: Cecilia no tendría ya ninguna excusa para rescatarme si supiera que aprendí la receta de la sopa francesa en un mísero bistró de París, durante aquellas infinitas y solitarias tardes en las que solo pensaba en ella.

lunes, noviembre 04, 2013

Blues del Domingo

Domingo, y cuatro horas y media de viaje Madrid-Logroño. Domingo, final de un puente. Domingo y cansancio, mucho cansancio.
No puedo ser feliz todos los días, ya lo dije en un poema que tenía un solo verso, ése. Una persona en el planeta happy a todas horas cansa y hasta deprime, porque se convierte en una persona plana. Y yo no soy plana, soy redonda, muy redonda... como la tierra.

Todo eso iba rumiando yo en el "Relay" de la estación de autobuses, buscando alguna lectura intrascendente pero digna que me hiciera algo más amena la tarde del domingo, cuando se me cruzaron los cables y caí en las redes de la "chic lit". La tristeza es un arma poderosa: te deja sin defensas.

Era un libro delgado, como para bebérselo de un sorbo en cuatro horas de viaje y no pensar en nada. Y en la portada salía Bradley Cooper, que no me gusta pero es el hombre del momento, parece ser. Hizo un anuncio de helados en el que la chica lo dejaba encerrado después de besarle con delectación pero con brevedad, y se quedaba comiéndose su helado tan tranquila, ante los ojos atónitos de él. No me gusta Bradley Cooper porque es rubio y tiene ojos azules, pero en cambio me encanta Simon Baker a pesar de que es muy rubio y con los ojos muy azules, y Alberto Fijo diga que es más flojito que el fango. Alguna vez tenía que equivocarse Alberto Fijo...

Allí estaba yo con el libro en la mano, "El lado bueno de las cosas" de un tal Matthew No-sé-qué, un libro que luego se convirtió en película típica de Jennifer Anniston, vamos, algo que en condiciones normales yo nunca hubiera comprado, y mientras lo hojeaba para ver cuán escabroso podía ser pensaba alternativamente en Bradley Cooper, en Simon Baker y en Alberto Fijo.

Así son los domingos de descansados, rezaba una sevillana de mi época.